En el 2019, poco antes del inicio de la pandemia, tuve la oportunidad de salir a campo para realizar mi tesis en los bosques de yungas de la CN Chirikyacu. En ese entonces habia pasado los últimos 2 años en Bélgica terminando estudios en Desarrollo Sostenible, cuando me puse en contacto con Liliana Lozano con un proyecto que encajaba con los temas que más me interesaban, fauna silvestre en paisajes remotos de la Amazonia Peruana y la perspectiva de cómo la población local y sus tradiciones permiten sus conservación y uso sostenible. Recuerdo embarcándome a San Martin después de algunas semanas previas de planificación y coordinaciones con mis amigos de WWF Perú, José Luis Mena y Vania Tejeda, y de la UNSM con Santiago Casas. Así que ya me ven allí rumbo al bosque con un par de maletas enormes llenas de cámaras trampa y grabadores para registrar la mayor cantidad de venados, sajinos, tapires o cualquier otro animal salvaje que pudiera, y claro con un plan súper ambicioso de recorrer todo el territorio de la comunidad instalando estos equipos, un tour que nos llevaría recorrer los 50 km2 de la comunidad en aproximadamente 14 días!
No puedo negar que estaba un poco nervioso primero porque no caminaba tanto desde hacía más de 2 años y tenía en temor de que mis rodillas no aguantaran el trajín o el peso de mi mochila y carpa. Lo bueno es que mi equipo de trabajo estaba conformado por los comuneros más experimentados en el territorio, los hermanos Segundo, Saul y Nahum Amasifuén, Octavio Tapuyima y Denis Salas. Además, tuve la asistencia de Reninger Navarro, estudiante de la UNAS cuyo entusiasmo y sentido aventurero enriqueció mas el grupo de trabajo en campo. Desde mi llegada al centro poblado de la comunidad ellos se encargaron de casi todos los últimos detalles de la logística para que yo pudiera concentrarme en la investigación. Todavía recuerdo la mañana previa a internarnos en campo, estando en el balcón del Hospedaje que administra la comunidad, desde donde se puede ver la cadena montañosa de la Cordillera Escalera, y a nuestros compañeros comuneros diciendo “Ves la cima de la montaña allá a lo lejos, las próxima semana estaremos allí!”.
Nuestros recorridos (todos a pie) nos llevaron a través de cataratas, acantilados, bosques achaparrados, pequeñas quebradas, ríos mansos y otros más turbulentos y un sinfín de paisajes impresionantes, y todo dentro de la misma comunidad nativa. Uno de los lugares que más me impresiono fue al que le dicen “la pista de aterrizaje”, la cual es una gran formación rocosa completamente plana de más de 100 m de largo en el medio del bosque húmedo denso, que mágicamente sirve de piso para el paso de una delgada capa de agua de una quebrada que con el sol de la mañana hace un reflejo que te deja sorprendido.
Después de 6 días de trabajo en el lado occidental de la cordillera nos dirigimos a la cima montañosa subiendo en pocas horas desde 600 a 1800 m de altitud, en donde rastros del elusivo oso de anteojos y de los picuros de montaña se combinan con las vistas panorámicas que nos permiten avistar las ciudades más lejanas a la redonda como Lamas e incluso Tarapoto, para luego ir descendiendo por el lado oriental de la montaña, a la que llaman “El Olvido”, una de las áreas más inaccesibles en el territorio. Ciertamente la vegetación empezó a volverse más densa a lo largo de todo el descenso hasta el extremo norte del territorio en la quebrada Isula. En este punto huellas de tapires y jaguares empezaron a ser comunes. La rutina diaria era calurosa e intensa, pero las noches eran tranquilas y frescas, con el sonido del agua de las quebradas correr, mientras ranas, grillos y las ratas del bambú hacían coros y relevos.
Particularmente recuerdo una noche en la que tuvimos una cena suculenta, donde mis compañeros de la comunidad se lucieron preparando una guiso a base de varias especies de hongos silvestres con una combinación de ajos y sal en la fogata, básicamente un plato gourmet! Las noches también eran los momentos ideales para compartir experiencias, en particular de nuestros guías de la comunidad y su visión acerca del cuidado de su territorio. A través de ellos pude percibir que aunque todos sabían cazar, esta práctica era muy poco frecuente por el tiempo que exigía, y sus actividades se enfocaban más en la agricultura de subsistencia en las áreas cercanas al centro poblado, lo cual permitía que se mantuviera el bosque en más del 80% restante de su territorio. Además tenían muy clara la necesidad de conservar el bosque para proteger las cabeceras de las cuencas y el agua que provén, además de prevenir posibles deslizamientos de tierra. Por ello nuestra investigación también les pareció interesante ya que contaban con poca información documentada de la fauna en el lugar, por lo que y participaron activamente en todos los trabajos.
Para el día 12 de nuestro recorrido ya estábamos saliendo del “olvido” para volver a subir por la montaña pero desde el lado oeste del territorio. Hubieron tramos tan verticales que a ratos parecía que íbamos a necesitar sogas, pero con nuestros guías siempre alertas siempre estuvimos seguros. Hacia el día 14 ya estábamos de retorno en el pueblo, y yo totalmente agotado pero feliz de todo lo que pude aprender y observar en el viaje. Las cámaras siguieron trabajando en el bosque durante dos meses más, y gracias a ellas pudimos confirmar con creces nuestras expectativas. Fotos de todos los mamíferos y aves grandes que se podría esperar en un área protegida con similares características estaban presentes en los bosques de la comunidad nativa de Chirikyacu, lo cual reafirmaba la importancia de los territorios de las comunidades nativas, no solo en la protección de los bosques amazónicos sino también en el mantenimiento y uso sostenible de la fauna que habita estos ecosistemas.
*Pueden revisar la tesis y el mapa interactivo de la CN para conocer más sobre el trabajo realizado por Alfonso en el proyecto